domingo, diciembre 27, 2015




Ella se desploma sobre el sillón e intenta sostener el silencio que la abarca. El silencio es el bien más valioso y costoso en este mundo, piensa. Los ricos compran silencio, o lo intentan. Aunque sus vidas estén atormentadas por el bullicio de perderlo todo, incluso el silencio.

Tiene un malestar físico que no la deja descansar. Sabe que hoy siendo 25 de Diciembre todo está cerrado y tendrá que ser paciente son su dolor. Pero hay otras dolencias que no tienen consuelo, y ella lo sabe. Sería tan apropiado poder acercarse a una farmacia y pedir remedios para el desamor. 

Entiende que la gravedad del asunto que le quita el sueño es la misma fuerza física que la lleva a pensar en ello incansablemente. Entonces piensa, que quizás las leyes de atracción no funcionen en el espacio exterior.

No estaría mal subirse a una nave y viajar a la galaxia vecina, y descansar de la tramposa condición humana de saberse supeditados a la atracción inexorable de los cuerpos.

Afuera brilla el sol, y el verano se instala de a poco en el hemisferio sur. No está mal comenzar un año sin alcohol piensa. Beber agua en las fiestas no está de moda, ya ella le encanta no estarlo. Revisa los escritos de diciembre, tan intensos, tan mezclados y tan irreversiblemente certeros que se lee en cada línea y se ríe de creerse una pitonisa del destino. Todo lo que ha escrito está dentro de sí, todo ha salido de su esencia y todo parece devolverle una pista para encontrarse a sí misma. Es que hace rato, otra vez, se ha extraviado su alma, y ha tirado esas palabras para no perderse el rastro. "La vida tiene maneras extrañas de devolvernos la identidad" lee. Y ella sabe que últimamente había descuidado la suya. Se siente feliz de al menos saberlo y decide emprender la búsqueda que no es larga y sabe que ha dejado señales a lo largo del camino. Hermosas, suaves y celestes señales. Hoy quizás será un reflejo lo que la invite a confiar en ella otra vez. Se abraza a ese reflejo, lo hace suyo, lo agradece. Lo que ve es precioso y ella comienza  a verse preciosa otra vez. Quisiera contemplar ese atardecer, y aunque el mar no la acompañe en este proceso lo sabe cerca e inmenso, lo lleva en su piel, y lo hace suyo cada vez. Contemplar el sol partir es compartirse en la inmensidad de ese momento.

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Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...