lunes, marzo 23, 2009

Argentina


me cuesta doce horas mal dormidas, un jet lag con un bebé y un bebé con jet lag.

Si uno mira el planisferio, Argentina es uno de los destinos menos tentadores para un turista del continente europeo. Queda lejos, y si vas hasta Argentina es para recorrerla sólo a ella. No existe el combo turístico « multi ticket » como cuando vas a recorrer en 7 días 7 capitales europeas.

Argentina está escondida, y por eso es un tesoro.

Porque se quedó entre el desarrollo con sello extranjero y porque el sello criollo se impone desmesuradamente y entonces el encanto.
Argentina es una niña malcriada, adolescente y caprichosa. Que no quiere crecer, que tiene una belleza contradictoria y un estilo irresistible. Argentina ya no mira a través del océano Atlántico. Ahora se mira a sí misma. Y le enorgullece hacerlo.

Así me siento cada vez que me preguntan mi origen.

Sí, soy argentina. La Argentina de Maradona, de Batistuta, del Che Guevara.
La Argentina de la carne y del buen vino. Del tango que no bailo y que quisiera saber bailar.

Volver a Argentina es extraño, porque cada vez que lo hago no soy la misma y ella tampoco.
Me fui con una panza de tres meses y volví con un bebé de un mes y medio. Yo aumentaba de peso así como ella volvía a aumentar los precios. En Argentina las crisis no son una sorpresa; tengo la misma sensación cuando en el ‘85 le pregunté a mi mamá qué era la inflación, aunque la respuesta la tenía en el carrito del supermercado. La calidad se reemplazaba por lo «más barato» y lo más barato generalmente era de mala calidad. Los precios se remarcaban casi todos los días y las mejores marcas comenzaban a escasear en la alacena de mi casa.

Por esas épocas Mamá tenía una boutique de ropa para chicos que se llamaba El Grillo. Y me acuerdo que los precios se escribían con lápiz negro y se borraban con goma cada semana para cambiar las cifras. La misma inflación que pudo con Alfonsín, pudo con El Grillo y con la esperanza de mi madre.

Argentina pinchó muchas ilusiones y enterró más de un sueño. Y sin embargo los que nos fuimos siempre estamos volviendo, siempre añorando, siempre tragando con gusto amargo un café que no es mate, una carne que no es asado, un vino que no es Fernet.

A pesar de tantas caídas ella siempre me recibe con los brazos abiertos. Es como un perro fiel, apaleado por tropezar una y otra vez con la mismas piedras, pero amable y sonriente como una madre paciente. Ella siempre me espera para darse entera, pero es mi corazón quien la esquiva. Porque de tanto partir tiene miedo de romperse.

Y sin darme cuenta vivo en un ciclo agotador de expansión y contracción, intentando protegerme de climas extremos, que cohabitan en mi alma sin darme tregua.
Al fin y al cabo, después de tanto prevenirme de antagónicos pronósticos, decido desnudarme de miedos y exponer mi corazón a la más cruda tempestad. La tempestad de vivir la realidad a flor de piel. Una realidad de aeropuertos, bienvenidas y despedidas. De lenguajes ajenos, visas con vencimiento y sellados migratorios. De grabar en mi piel los abrazos que me faltan y extrañar mi risa espontánea con sonido a guitarra criolla.

De aceptar que de tanto volar en avión la base de tu hogar se evapora y se transforma en cielo. Y esta sensación gaseosa se extiende a todo mi cuerpo. Mi identidad flota en un mapamundi giratorio y el esfuerzo por no soltar amarras es en vano. Ellas se soltaron hace tiempo de la tierra y yo me dejé ir a la deriva con ellas.

Alguna vez dije jugando « el mundo es mi casa ». Se me hacía agua la boca cada vez que coqueteaba con esa idea. Hoy se me humedecen los ojos cada vez que digo adiós.

Debo aceptar el « frío-caliente » del juego. Y debo simplemente, jugar.


-« vivir en Francia está bueno, y vivir lejos de Argentina no lo está » ; y « viajar por todo el mundo está bueno, pero vivir sin domicilio fijo no lo está » me dijo Mer.

En este viaje de vuelta a mi país, Mer también había vuelto. Salvo que ella se había ido de viaje a lugares exóticos, inhóspitos y maravillosos de su alma. Mer volvió y me dio las palabras que yo también le di meses atrás después del naufragio.
Una vez más, necesité levar anclas, izar velas y buscar nuevamente mi norte que tan fácil pierdo.

Pensar que los marinos se guían mejor en la oscuridad. Porque sólo en la noche las estrellas hablan.
Para mí la familia y los amigos son todas estrellas.


- Y? Cuándo te vas ?

Por favor, no me hagan esa pregunta. Al final es lo mismo. Me quedo «ahora».
Hoy estoy. Ahora es lo que tengo, no me pidan mañana.
Aprender a vivir así nunca se termina de aprender.
Yo recién empiezo.

Vivir el «ahora» para una chica como yo, es como poner a competir una mula en una carrera de velocidad.
Estoy acostumbrada a dejar « el ahora » para mañana. Pero viajar tanto hace que resetees tu vida y comiences de cero cada vez que llegás a destino. El ahora de Argentina no es lo mismo que el ahora francés. Estar a hora, «a-hora» con los usos horarios de cada país, lo veo como estar «en hora» con mi vida, conjugarla en presente. Qué importante y qué dificil a veces.

Al fin y al cabo, para resumir, si yo aprendo de Argentina es porque la quiero.
El amor te enseña todo el tiempo, a su manera. Y si no existiese el amor, tampoco habría dolor. Es el amor que me lleva a navegar por este mundo. Y es el dolor que me enseña que el amor que dejo, nunca me deja. Cuanto más grande se expanda mi corazón, los miedos van a ir migrando y mi cariño a mí misma va a ser mayor. Ese es el gran valor de un buen viajero. El valor de tenerse a sí mismo, y de saberse rodeado de estrellas.


-se habla portugués en Argentina?

Adoro esas preguntas; yo tampoco sé qué idioma se habla en Mongolia o cuál es la capital de Kazajstán.

Sólo sé que Argentina comprende los afectos de mi infancia, los nombres que me nombran, los seres que me habitan y los recuerdos que sacian mi sed.
Es una emoción, que late, vive y me transforma cada vez que vuelve a mí.

Es ser parte del 1% de argentinos en el Velodrome de Marsella alentando a la selección y sentirme enorme, inmensa, infinita. En casa.



©®

Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...