miércoles, diciembre 24, 2008

Confesiones de invierno


Me gusta comunicarme con la gente.

Me gusta que me dejen mensajes, agradezco cuando dejan entrever un poco de su privacidad.

Cuando la gente se convida, para mí comienza un intercambio «gourmand». El sabor de la honestidad tiene gusto a sencillez y simpleza. Y eso me alimenta.

Nos gusta « espiar » al otro. Por eso están en auge los Reality Shows. A los humanos nos gusta meter las narices en los asuntos ajenos.
Nos tienta comparar nuestra realidad con la del otro, disfrazar nuestros miedos enunciando qué "está bien" o "está mal", dando cátedra de cómo hay que vivir la vida.

Cada uno tendrá su razón, alguna más incómoda que otra.

A algunos nos gusta jugar de críticos; y muchas veces cómodamente sentados en nuestras sillas de jueces, emitimos opiniones crueles sin arriesgar un pelo.

Hasta que te vas dando cuenta que a pesar de haber conformado tantos conceptos sobre « la correcta forma de vivir » o « la correcta forma de ser» sólo la vida misma y tus propias experiencias te van sellando la boca y abriendo más el corazón.

Yo no sé nada de nada, eso es solo lo que sé.
Te puedo dar un consejo, si me lo pides, pero viene de mi vida, de mis tropiezos y de todos los cachetazos que ella me dio.

Me costó desaferrarme de tantas ideas que fui recolectando durante mi adolescencia. Bastones virtuales para aparentar "saber" caminar y "saber" hacia dónde lo hacía. Pero no, nunca lo supe, y el día que lo acepté, aprendí a caminar sola.

Respeto Internet como respeto aquellos que se resisten a él.
Porque yo me resistí. Y hoy confieso, acepté ser parte de Facebook y tengo cuatro Blogs. Y que si me falta, me falta la mitad de mi vida que se basa en la comunicación.
Y en resumidas cuentas estos sistemas de intercambio, la verdad es que me hacen bien.

De chica, recibía un suplemento los domingos, que venía con el diario La Nación y era sólo para chicos. Allí, encontrabas miles de niños que querían intercambiar correspondencia. Y yo era «fan» de hacerlo. Me escribí cartas por más de un año con una chica de Catamarca y otra de Chaco. Las cartas tardaban entre 15 y 20 días en llegar, si es que llegaban, pero cuando lo hacían, me llenaban de alegría. Hasta que nos perdíamos el rastro. Pero disfruté del correo tanto como hoy disfruto recibir un mail o un mensaje en el blog. La emoción es la misma. Las palabras me hacen bien.

Desde que me robaron la compu en Ezeiza, dejé de dibujar. No sólo porque también se llevaron mi tableta de dibujo con ella sino porque recién hoy creo salir del duelo, y esa fue Gaby la que me lo hizo ver. Los mensajes tienen la sincronicidad y la magia de tocar a tu puerta cuando estás completamente dormido.

Gaby es una amiga que conocí por medio del cine. Ella fue mi jefa porque realmente no hay otro puesto de trabajo que le calce tan bien como ése. Tiene la capacidad de montarse sobre sus hombros todo el stress del mundo y que vos ni siquiera lo notes. Algo imposible para mí.
Por eso la admiro tanto. Y Gaby me escribió por medio de Facebook, porque nos habíamos perdido el rastro y nos volvimos a encontrar, y eso es lo que me gusta de la net. Y ella sin saberlo, me empujó a conectarme con el arte y conmigo otra vez.

Y hoy escribo sólo para decir que cuando uno está abierto las oportunidades llegan.
Y que buscarle las cosas buenas a la vida tiene su recompensa.

Feliz Navidad,
Feliz comienzo de 2009.

Y brindemos y agradezcamos por todas nuestras relaciones, como en un «Temazcal». Y cuando digo «todas», son incluso aquellas que creemos que nos hacen daño o que nos molestan un poco. Todas ellas nos enseñan a su modo, siempre, a crecer y a seguir nuestro camino.

" Omitakuye-Oyasin"

©®

PD: Les sugiero a los que quieran, busquen en internet de qué se trata un Temazcal, y a los que se animen, que participen de alguno. En Argentina se hacen con continuidad.

jueves, diciembre 18, 2008

Yo no llamé a la cigüeña


El día que ella vino yo ya estaba embarazada.


El 2008 recibió a Europa un poco consternada por la crisis.

Los primeros presupuestos que se recortan en una recesión económica, imagínense que es la publicidad. Cientos de miles de Euros, ya no son invertidos en el cine ni en comerciales publicitarios. Tienen otra película que atender. En Francia, de pasar a producir 1200 películas y comerciales por año, el número se redujo a 300, como se redujeron miles de puestos de trabajo.


El 2008 parecía venir tranquilo para el cine y para Chris. Pero por esas cosas de la vida, podemos decir que Dubai nos sacó las papas y toda la verdulería del fuego. Chris iba a empezar a trabajar para un proyecto comercial por más tiempo del que creía y yo iba a trabajar con él.


Por eso me quedé embarazada.

Porque cuando viajo mis jet lags se extienden hasta en las pastillas anticonceptivas.


De todas maneras, creo firmemente, que el Universo nunca falla con las encomiendas. Por más que creamos que fue un «accidente», sinceramente si me remonto unos meses atrás, sutilmente alguna idea de pronta maternidad había rondado por mi mente. Y cuando el inconsciente acciona, el universo no espera; tan sólo funciona.



Dubai es una ciudad fantasma. Un producto de la imaginación del hombre, un « Las Vegas » del desierto árabe, un error humano, pero que está alimentando a millones, incluyéndonos.

Digo un error porque todo lo que existe es virtual. Y porque al ser un producto humano naturalmente se convierte en un foco de polución importante.

Dubai era un desierto y hoy es un oasis verde completamente importado. Se importan las aves, los peces, y el agua potable. Se inventan islas donde sólo hay mar, se provoca químicamente la lluvia y la tierra llega en toneladas sobre barcos cargueros. Se levantan torres de Babel para competir con la potencia vecina y se crean hoteles de 7 estrellas donde la atención es un fiasco. Es la ciudad de las 4X4 y el aire acondicionado. Donde podés ir a esquiar a un shopping y bucear en corales artificiales. El 40% de las grúas de construcción mundiales se encuentran en esta porción de la tierra. Los Emiratos Árabes dicen que tienen la ciudad del futuro. Si ese es el futuro, Dios mío, qué negro lo veo.

Trabajar en esta metrópolis es como trabajar en un sauna. Y filmar un comercial en el desierto, la muerte anticipada.

Pero es divertido, porque de paso conozco otras culturas; una mezcla de inmigrantes Indios, Pakistaníes y Filipinos en su mayoría, que forman la base de la pirámide laboral. Y por supuesto los residentes de Dubai, más Iraquíes exiliados, Sirios, Libaneses, Egipcios y toda mezcla de hombres y mujeres que llegan para buscar lo que en su país no encuentran: trabajo y seguridad. Aunque para algunos conseguir una Visa para quedarse es muy difícil y por más que no hay guerras ni atentados, es el lugar donde más accidentes de autos suceden.

Es una ensalada de razas y religiones que conviven por el beneficio del dinero, y es lo que hace a Dubai una ciudad sin mucho conflicto. Y porque la policía tiene un sueldo tan alto como un abogado, y porque también la pena de muerte está al orden del día.


Pero esos son otros temas. Que me desvelaron tanto como la mañana que el primer test me dio positivo.

No terminé de leer el primer resultado que ya estaba en la farmacia comprando otros dos.

Era nuestro segundo viaje a Dubai y la temperatura rondaba los 45 hasta 50 grados de calor y yo no lograba dejar de temblar.

Las tres pruebas de embarazo quedaron intactas en el baño del hotel como si el tiempo hubiese congelado ese instante y mi vida. Mi incredulidad sobrepasaba todo tipo de « rayita », « cruz » o 99% de exactitud. Yo seguía pensando que tal vez podía encontrarme en ese mísero 1%.


Me quedé mirando fijo al espejo por no sé cuánto tiempo. Mi imagen ya no era más mi reflejo porque Ceci se había escapado al segundo capítulo de « Elige tu propia Aventura »:

« Decides lanzarte al océano en un velero Japonés hacia las Antillas o prefieres viajar a la luna en una expedición rusa ? »

La opción de ser madre no estaba en mis planes ni en mi agenda del 2011.


Ahora entendía por qué hacía días que no pasaba de una copa de alcohol, por qué estaba tan cansada y por qué cada vez que íbamos a un restaurant, Michel, el Director de Fotografía se terminaba mi plato.


-comés como un pajarito.


Unos días más tarde, lo invitamos con Chris a comer a un restaurant Argentino, para anunciarle la noticia. Esa noche me comí todo el bife de chorizo.


Y ahí me di cuenta que mis antojos iban a ser transoceánicos.
Ni la vuelta a París me abrió el apetito.

Pero de sólo pensar en el guiso de lentejas de Mer y en los ravioles de Chany, se me cortaba la respiración. Esos platos tienen el encanto suficiente de reemplazar el asado de los domingos y superar la más exquisita soupe a l'ognion o un Foie-Gras supremo.

En París estaban Fió y José con sus dos críos. Qué mejor que te reciba una amiga de la infancia y ya madre !

Ella me acompañó a buscar los resultados de sangre que efectivamente dieron positivos y dieron paso a que se escurriera la noticia. Yo no salía de mi asombro, y aún hoy, por momentos, me sorprendo espiándome de reojo en el espejo.


- De todas las amigas de Caro, vos sos la que menos me imaginaba ! Me dijo Matilde por teléfono.

Matilde, la mamá de Caro, se ilusiona con la idea de que algún bendito día su hija se contagie de mis accidentes y se decida a darle un nieto.


Es que la mayoría de mis amigas nacimos más «Mafaldas» que «Susanitas». Vaya uno a saber por qué. Si porque la maternidad nos da miedo, o porque nos da miedo perder nuestra independencia. Creo que nos da terror perder nuestra inmortal adolescencia y que se reemplace nuestro niño eterno. Nos da fiaca crecer, me parece.


No nos interesa estar en la mejor edad para parir, ni hacemos cálculos irrisorios de «cuando yo tenga 40 mi hijo va a tener 10». Y no entramos en las estadísticas de las mujeres que les ruegan un hijo a sus parejas, más bien es lo contrario.

Cuando me enteré que estaba embarazada me di cuenta que en la vida las sorpresas nos despabilan de esta corriente perfeccionista. Y me di cuenta que si permanecía persiguiendo mis ideales, me alejaba cada vez más de mi realidad.

En una concepción de una idea algo vive y muere al mismo tiempo. Una idea vieja evoluciona y le da lugar a otra nueva. En la concepción de un ser ocurre lo mismo.

Todos mis planes fijados para « el día que me quedara embarazada » fueron inútiles.

Sin saberlo me convertí en una embarazada nómade.
Mi primer ecografía me la hice en Buenos Aires, la siguiente en Marruecos y la tercera en París, pero a mi ginecólogo lo conocí recién en Marsella en mi 6to mes.

Todas mis clases de Yoga para embarazadas se resumieron a un libro y en mi yo autodidacta.
Los consejos de mis amigas los pido vía mail y la evolución de la panza la mando por fotos.

No, no es lo que me imaginé, pero me siento igual de feliz.

Aunque no estaría mal tener la oportunidad de parar en un kiosco a elegir un alfajor, pedirme un tostado de jamón y queso en el café de la esquina o hacer una chocotorta de vez en cuando.

Estar embarazada me trajo la calma que nunca tuve.
Una paciencia inerte que me devuelve mucho tiempo para mí, y que antes no supe darme.

Cada mes tu mente se flexibiliza tanto como tu piel, y de a poco, tu conciencia se va transformando y tu cuerpo también.

En estas nueve lunas transité un mar de emociones diversas. Porque en cada face la marea no es la misma. Y comprender este movimiento me dio a entender que de lo único que puedo estar segura es que el Universo es un constante cambio. Y que si me entrego a fluir, la corriente siempre me va a llevar a buen puerto.

Toda la ansiedad que tengo hoy, es estar en mi noveno mes. Es como sentarte junto al arbolito de Navidad, ver tu regalo con tu nombre, sabiendo que no podés abrirlo hasta la hora indicada. Pero el reloj nunca da las 12.

Así que cuando den las 12, estaré lista para abrir mi regalo. Paciente, espectante, despierta.

Y ese regalo me va a cambiar la vida.

Aún más.

©®

miércoles, noviembre 26, 2008

El día que conocí a mi marido


Buenos Aires me duele porque desde que lo conocí a Chris vivo partiendo. Y cada vez que lo hago me doy cuenta cuánto lo quiero. A Buenos Aires y a él. Y París me duele porque es una de las ciudades más lindas en las cuales viví y su belleza hace que la extrañes cuando no estás con ella.

El día que conocí a mi marido estaba en Buenos Aires, soltera y pensando en dedicarme a hacer lo que a mi me gusta. El dilema es que siempre dudo en hacer lo que me gusta, pero no importa; estaba dudando entonces en hacer lo que a mi me gusta. Mis caricaturas, mis dibujos, mis pinturas. Eso.

Eran las vacaciones de enero de 2007, o mejor dicho mis vacaciones. En el cine no hay vacaciones, hay descansos. Era mi descanso después de haber trabajado sin descanso y sin horarios.

El ritmo del cine es intenso y divertido, pero el cronómetro de mi creatividad seguía en cero y mi alma era una bomba de tiempo. Si yo no tomaba el arte por las astas, las astas me iban a lastimar profundamente, y ya lo estaban haciendo.

Estoy más acostumbrada a pensar en lo que me « gustaría » hacer, que en hacerlo concretamente. Es la historia de mi vida.
Un mecanismo que sirve de excusa a los que en realidad tenemos miedo a la acción. Porque en la acción hay desafío, y en el desafío hay riesgo.

Y siempre me costó correr riesgos. En realidad son ellos quienes constantemente me corren a mí y yo siempre me les escapo.


Estaba tirada en una reposera tomando sol cuando suena mi celular :

- Mañana lunes estás disponible?   Es "por un reemplazo, sólo por un día" Por favorrr !

No; no era un favor. No nos engañemos. Y no era una editorial que quería publicar mis cómics ni un trabajo en el exterior que prometía millones. Era laburo y la oferta menos tentadora para mi ego y mis vacaciones.

Pero dije que sí, porque al trabajo no se le dice que no y porque justamente no tenía otro. Y si quería ser artista tenía que conseguir el mínimo medio para lograrlo.

Por eso digo que a mi marido lo conocí por amor al arte.

El lunes 8 AM estaba en la puerta del hotel esperando al director Francés, y sin saberlo a mi marido. Tenía su nombre mal escrito en un papel y su número de celular en el mío.

Ese lunes me iba a cambiar la vida y para siempre.


Hacía unas semanas atrás, con las chicas, habíamos salido segundas en el campeonato de fútbol femenino de Regatas de Bella Vista. No sabía que me iba a lucir como arquera, ni tampoco sabía que me iba a romper el menisco de la rodilla izquierda.
Nos llevamos una medalla, que aún conservo, y yo me llevé un sobrenombre : « René » ; porque René Huiguita fue un gran arquero colombiano, y por mis rulos, claro.

Después de la tomografía, el panorama no parecía muy alentador :

-Hay que operar y tenés 6 meses entre rehabilitación y reposo.

Cuando Chris me preguntó un día en qué estaba pensando la primera vez que lo vi, sinceramente le conté que estaba programando mi día siguiente con el traumatólogo.

Esa mañana estaba renga y enojada conmigo. Decir que sí a un solo día de trabajo y a un reemplazo, me mataba en el orgullo. Mi trabajo consistía estar disponible para el otro, y en otro idioma. Hacía tiempo que estaba cansada de no estar disponible para mí. Siempre engañándome con la excusa de que el fin justifica los medios, pero el fin estaba cada vez más lejos y los medios me tenían agotada.

Y cuando Chris me preguntó a qué me dedicaba, fue una de las pocas veces que no me enojé con la pregunta. Porque esa mañana no tenía nada que perder y porque me había levantado con ganas de ser lo que tenía ganas de ser.

-Me dedico a hacer cómics, dibujo, pinto. Me gusta el arte en general.

Tiré esas palabras como quien pone la firma al final del testamento. Y esos verbos me llenaron el alma y lo llenaron a Chris de intriga. Me sentí enorme. Y me sonreí. No estaba interesada en jugar con él, estaba interesada en divertirme conmigo.

En breves segundos me desdibujé y fileteé la Ceci que quería ser. Fui presa de mi sentencia y tuve la sensación de liberarme de un gran peso. El peso de no haberme dado antes un permiso tan simple como jugar.
Tuve ganas de salir volando por la ventanilla y ponerme a crear. Y si no fue en ese instante fueron los 20 días siguientes hasta el día de hoy.


Soy de las que se enamora del color de unos zapatos, de la góndola de un supermercado o de la vidriera nueva de una librería artística. Y también de las personas, claro. Las personas me enamoran porque tienen algo que yo no. Porque son más lindas, más valientes, más graciosas o simplemente ellas mismas. Me enamora la autenticidad.

Esa mañana, fue la primera vez que me enamoré de mí misma. De mis defectos, de mis batallas perdidas, de mis sueños rotos y mis ilusiones equivocadas. Me enamoré de mi frustrada vocación, de mis miedos y mis heridas. De mis rulos, mi segundo dedo del pie, mis dientes y mi ombligo.

De estar en donde estaba, de mis 30 años vividos como los había vivido.

Y el tiempo pareció detenerse, o moverse, como un viaje hacia ningún lugar o hacia mí misma. Mi consciencia se agrandó tanto que tuve que ponerme anteojos negros. En mi mente había mucha luz y en mi cara una sonrisa.

Esa mañana me perdoné todo y me convidé mucho cariño.
Y mágicamente me sentí yo.
Yo, y toda mi vida por delante. Un desafío que encontraba fascinante de enfrentar.

Ese lunes no sólo quedé fija para toda la película como la asistente personal del director, sinó que un mes más tarde estaba en China rodando la continuación y pasados cuatro meses viviendo en el 6to piso de su departamento de Champs Elysées con él y sus tres hijos.
Mi menisco se acomodó a esas situaciones y yo con él.

Y con Chris nos enamoramos porque él es él, y yo soy yo. Por eso. Y nos casamos porque lo supimos la primera vez que fuimos juntos a un supermercado y la noche en que nos dimos la mano.

Aunque no lo dijimos, aunque el miedo nos mordió la lengua hasta que en un restaurante de París, con la Torre Eiffel de testigo, él dijo lo que dijo, me ofreció un anillo y yo dije « sí, quiero ».

Era la noche de mi cumpleaños y hacía 31 años que seguía convencida que yo nunca me iba a casar ni tener hijos.
Hoy tengo una libreta de matrimonio diciendo que soy Madame Nahon, y estoy esperando mi primer hijo, pero en la mesa ya vamos a ser seis. La vida me estaba sorprendiendo y yo no oponía resistencia.

En menos de dos años, crecí lo que en veinte.
Me adapté a una cultura, a un marido y a su pasado también.

Aprendí francés en tres meses y aprendí que dejar el país de origen implica un poco dejar tu identidad.
Como les dije a mis amigas en un mail, no es fácil dejar a tu gente. Tu gente es la que te devuelve la identidad cada vez que te nombra.

Aunque la última vez que estuve allá, entendí que cada uno tiene su vida y sus problemas. Yo sufría mi exilio francés y ellos sufrían algún cotidiano criollo. A todos nos toca aprender algo, no importa en qué parte del mundo nos encontremos; es el destino que nos encuentra a nosotros.

Encontrarme lejos de mis raíces de alguna manera es reencontrarme conmigo y todo mi árbol genealógico. Se pierde un poco el humor argentino, la risa y la ortografía, pero se agudizan los recuerdos.
Los exiliados aprendemos a ser bibliotecarios aficionados de nuestras memorias.


Por eso escribo, porque acerca mis alegrías y me alegra hacerlo. Escribo porque ya no puedo decir «en cinco te toco el timbre y nos tomamos unos mates », ni « che, contame para el asado » o « tres de carne cortada a cuchillo y una de jamón y queso ».
Basta extrañar lo que no se tiene para valorarlo más aún. Es trillado, pero es cierto.

Todo es parte del plan, aquí o allá. En francés o en castellano. En Buenos Aires, París o Marsella.
Somos como un instrumento que se afina con las experiencias, no importa cuáles, todas tiran un poco las cuerdas. Todas, tarde o temprano te acercan a tu propia partitura. De eso se trata, encontrar las notas con las que queremos interpretar nuestra vida.

Después de todo es el único riesgo que vinimos a correr. Cantar nuestra propia canción, como sea, donde sea, cuando sea.

Ese lunes en que me cambió la vida, no lo cambio por nada. Ese día conocí a mi marido y profundamente un poco a mí misma.

©®

martes, noviembre 11, 2008

Amores perros



Los que me conocen saben lo que me gustan los animales. Y sobretodo los perros.

En 6to grado invité a mis amigas a ver un documental sobre animales. Yo no paraba de reírme, y ellas no paraban de reírse de mi.

Soy de ésas que en la calle se me va la mano para tocar cualquier perro a pesar de la mirada fulminante del dueño. Soy de las que les habla en diminutivo con típica voz de idiota. Sí, admito que los perros me idiotizan. Soy de las que los muerden, pero no soy de las que le da besos en la boca, eso jamás.

De chica me animaba a todos los perros de mis amigas. Como el día que Caro me invitó a su casa a un campamento. No me olvido más la cara de pánico que puso cuando me vio revolcándome con Balú, su perro negro azabache que todo el mundo temía. Fue la única y última vez que jugamos juntos.

Con los años vamos perdiendo la inconsciencia, y la inocencia también. Qué pena.

En París los perros son tan civilizados como la misma ciudad. En algunos restaurantes no te dejan entrar si el hombre no lleva zapatos cerrados. Pero gustosamente le abren las puertas al poodle de Madame Bovary, los aceptan en hoteles 5 estrellas y en el supermercado.

En la capital de la dama de hierro no hay perros vagabundos. Esta el perro «del» vagabundo que no es lo mismo. Estos hombres «sin domicilio fijo» como los llaman en Francia, han decidido no trabajar. Reciben una subvención del gobierno y eligen una esquina donde mendigar. Generalmente tienen un perro, o dos, bastante mejor alimentados que ellos. Aún recuerdo el hombre de Champs Elysées y rue de La Boetie. Un francés rubio de ojos claros, que se sentaba pachorro todas las mañanas abajo del farol, abría su diario Le Monde y según una nota sin faltas de ortografía, decía que mendigaba para darle de comer a sus dos perros. Padre e hijo, dos bolas inamovibles de pelos, que tenían la suerte de haber nacido con un ojo marrón y otro celeste, y se ganaban un euro más que el caniche de enfrente.

Por el contrario, en China, los canes no corren con la misma suerte. Corren para no salir en el menú del mediodía. Los pocos que hay tienen dueño y mucho miedo, porque no saben cuándo, a su querido amo se le va a dar un antojo.

Y en Dubai, directamente no vi ninguno. Más tarde me enteré que para los musulmanes los perros son sucios, malos presagios y tienen mala energía. Sin embargo, abundan los gatos raquíticos y apestosos, y se atreven a llamarlos sagrados. Qué paradoja.


En la casa de mi infancia, a pesar de la oposición de mi madre, desfilaron todo tipo de perros. Yo nací con Pinta, que me acuerdo de ella sólo por fotos y de la poca originalidad del nombre; era una Pointer. Después pasó Pancha, una boxer impecable que terminó en el camión de gas de la municipalidad de San Miguel, con todas las chapitas de identificación en su collar. No lo supero.

Más tarde vino Günter, el del ojo tuerto. El nombre lo eligió mi madre dado a su curso de alemán y el ojo lo eligió el perro del vecino. Günter era un policía gigante de peso pesado. Intocable, no por lo malo sino por la grasa de su pelo y su olor.

-«Ladra ?» me preguntó Jessie atónita cuando lo escuchó por primera vez.

Al mismo tiempo llegó Baco. Mi hermana Agustina, en una acción de caridad o de locura, trajo una perra de la calle con nombre de perro y con seis cachorros. Nos quedamos con Baco y una cachorra. Baco era tan fea como sus hijos.

-Ángela, como se dice «fea» en guaraní ?
-«Bah»
-y feíta?
-«Bahiya»

Nunca supe cómo se escribía Bahiya, solo sé que ella se quedó con Ángela y Baco eternamente con nosotros. Baco era el perro que nadie quería tener y duró más de lo que esperábamos, pero la noche que nos dijeron que había que ponerla a dormir todos lloramos.

Bayú fue el siguiente can importado de Uruguay. Oriundo de Cabo Polonio, fugitivo y sin pasaporte se tomó el Buquebús con Agustina y desembarcó en Bella Vista. Hoy vive con ella en Capilla del Monte y es un perro argentino y feliz.


Y finalmente llegó el esperado día en que me regalaron un perro. Ese día quise saltar por la ventana del primer piso de mi departamento de Almagro.

Recién separada, de una relación de 5 años, acomodando mi nueva vida y trabajando 25 horas al día, mi ex, me regala un perro. Era como recibir un hijo de padres separados y enterarme que me convertía en madre soltera. El perro pesaba menos de 3 kilos y mi responsabilidad 100 toneladas. Era el Bulldog Francés más lindo que había visto, pero en ese momento en vez de verlo como el perro que siempre había querido, lo veía como 15 cm de problemas.

Convivimos sólo una noche de insomnio y diarrea. Yo no sabía si me angustiaba más devolverlo o dejarlo solo cada vez que iba a trabajar.

Lo devolví con culpa y sin nombre. Fue una de las situaciones más bizarras de mi vida.
No siempre las mejores cosas llegan en el mejor momento.

Por esas idas y vueltas de la vida, volvimos a ser una familia, los tres. Y también nos volvimos a separar, para siempre. Y Hugo se quedó con el papá. Así parecía dictarlo el destino. O yo.

Experimenté lo que es pasear un perro en Buenos Aires y que todos se rieran. Hasta el momento no de mí, del perro.
-«mirá mamá, se parece al bicho de Lilo y Stich ! »

Si Hugo se parecía a Stich, Baco era la ardilla de la Era del hielo. Y ambas comparaciones eran ciertas, y era cierto que Hugo y Baco me hacían reir. Amo los animales que me hacen reir.

Confieso que más de una vez miré videos divertidos de animales en You Tube. Y no puedo explicarles lo que me divierto.

Hugo pasó a ser mi hijo pródigo y Baco mi inspiración.

Hugo me duele, como Buenos Aires y como París. Y como algunas preguntas que ya sabemos. Y por eso tal vez, juré nunca más tener un perro. El amor tiene estas contradicciones que a veces lo vuelven incómodo. Pero me acomodé a esta situación, como a muchas otras.

Como a vivir sin perro y coleccionarlos en miniaturas, o como charlar con Diego, el perro de al lado, cuando los vecinos se van.


-Ustedes son raras, eh?


Esa es mi madre refiriéndose a nosotras, sus tres hijas, que preferimos ver Discovery Channel o Animal Planet antes que escuchar como se cae el mundo financiero en el noticiero de las ocho.

Es como que te pregunten, a quién preferís? Pancho Ibañez o Mariano Grondona ?

Somos raras o somos más felices, depende como lo veas, mamá. No nos gusta la política, no sabemos de economía y raramente leemos el diario.

Digo raramente porque yo leo los espectáculos, los policiales y confieso, los avisos fúnebres. Si, soy rara mamá.


Por eso les dedico estas palabras a todos los que tienen y tuvieron amores perros. Con animales o con humanos, da igual. Al fin y al cabo somos todos de la misma raza.





A todos los perros de mis amigos que me movieron el rabo :

Rita, Balú, Nanuk, Blackie, Cristóbal, Aldo, Fidel, Esparta, Yemos, Benítez, Pimpollo y otros…


©®

martes, octubre 14, 2008

Yo soy tempranera



O eso creía hasta que conocí a Chris. De todos modos, según Caro y Diego, yo soy tempranera. Cada vez que voy a Buenos Aires me lo recuerdan al son de un jingle y con bailecito.

Soy de las que se duerme en las reuniones y la que empieza a bostezar cuando todos quieren ir a bailar. Y me encanta bailar, pero estoy fuera de horario. Bailé más veces frente al espejo que en una discoteque.

Yo no sé si Dios me ayuda por madrugar, para mí es una cuestión de ganarle silencio al mundo. Mis recuerdos de la infancia, tienen silencio.
Siempre me levanté al alba para jugar en el jardín, donde mi universo lúdico pocas veces se interrumpía.

Me acuerdo en el campo, aparecía en la cocina justo cuando el peón traía la leche recién ordeñada y una señora la revolvía en una cacerola hasta hacerla hervir. De ahí salía mi café con leche con pura nata. Nunca me gustó la nata, pero yo no decía nada, la pescaba con mi cucharita y la ponía al costado. Así era el campo, intenso. La miel era una roca blanca brillando sobre la mesa; la manteca una escultura de cera y el pan casero tenía tantos agujeros que no sabía donde untar ninguno de los dos. Estaba segura que esas cosas no se conseguían en el supermercado.

Mi mejor hora para crear son las mañanas. Y mi comida preferida es el desayuno. El desayuno, me seduce en todos los idiomas. «Petit déjeuner» , «Breakfast» «Prima colazione»; etc. Y con todas sus variantes: completo, continental, americano; cualquier adjetivo le calza de maravillas.

El desayuno tiene esa magia de lo que está por comenzar. Y la intriga me apasiona.

Y aunque la manteca va a ser siempre la misma sobre mis tostadas, me gusta creer que cada vez va a ser especial. Quizás por el cuchillo que elijo, que es el de la manteca, el de «untar», lisito y brillante, sacando pancita, solo para mí.

Osar untar una tostada con un cuchillo tramontina es una tentativa doble de homicidio. Primero porque pasar un serrucho por la manteca es un crimen e intentar esparcirla en la tostada es rematar cínicamente el siniestro.

El cuchillo serrucho a la manteca, es lo que la margarina a mi paladar. No nos engañemos.

Otra cosa que me pone nerviosa, es que en los hoteles te pongan horario para el desayuno. Eso de 07.00 a 10.00 me perece tan injusto. Algunos con suerte se estiran 10.30. Como si acomodarse a los cambios horarios fuese tan fácil. Tendría que haber hoteles que se acomodaran a los diferentes «jet lags» de la gente. «Hotel tal, 70 pesos la noche con Jet lag incluído».

La única vez que me pedí un desayuno en mi habitación, fue en un hotel en Shangai.
Me dije «voy a preparar mi lista antes de irme a dormir». Minusiosamente, marqué los casilleros dispuestos en columnas como en un examen de multiple choice:

-Medias lunas ; si.
-tostadas con manteca y mermelada ; si.
-jugo de frutas ; si.
-café con leche ; si.

8.00 de la mañana me despiertan con un desayuno «Oriental»: Berenjenas asadas, vegetales hervidos, huevo duro, humus, aceitunas, dátiles, queso, pan árabe y café con leche.
­
En qué parte fallé?
Me tomé el café y salí sin protestar.

Por ésta y por muchas otras razones nunca compro cosas por Internet y casi nunca llamo al delivery. Me gusta ir yo, cuerpo presente, a comprar un cd; esperar mi docena de empanadas; supervisar que el heladero no haga trampa con el dulce de leche y sentarme en la mesa a tomar mi desayuno.

De esta forma evito quejarme. No es sano quejarse cuando la leche ya está en el canal del Beagle. Nuestros gestos y expresiones se van imprimiendo en el cuerpo y por sobre todo en la cara. Algunas arrugas vienen con la edad o por falta de colágeno. Otras vienen por simultáneas repeticiones. Es como el ejercicio para endurecer la cola, cuanto más contraés los músculos, más se marcan.

Lo mismo con la cólera, la angustia, la alegría, el desamor.

Yo quiero envejecer con unas arrugas casi profesionales y que me envidien las más jóvenes: ella tuvo una vida feliz, apasionada y espléndidamente arrugada. Tendría que ser así. Y hecha la ley natural hecha la trampa comercial: «Revolucionario método de aplicación inmediata de arrugas» «Le devolvemos en tres sesiones la felicidad que usted no tuvo».

No estaría mal invertir algunas reglas de este mundo.

El otro día leí que las clavijas del teclado de la computadora están dispuestas sistemáticamente para que escribamos más despacio. Qué despropósito.

Era lógico para una antigua máquina de escribir, que según el idioma, se empastaban todas las letras al mismo tiempo en pleno juicio oral.

Hoy en día, aunque la informática haya reemplazado las Olivetti, seguimos como corderitos el viejo sistema dactilográfico. Y todo por una cuestión de convencionalismos marketineros.

Por eso tampoco creo en la publicidad. Creo que es la enfermedad del siglo. Y no por eso puedo evitarla. Porque en mi baño tengo un jabón de leche de algodón, una crema desestresante y una cera depilatoria sin dolor. A los humanos nos gustan literalmente las mentiras.

Preferimos una eterna mentira antes de que nos recuerden que algún día vamos a morir. Si fuésemos más concientes de esta idea, tal vez, viviríamos más al día, solucionaríamos nuestros problemas responsablemente y elegiríamos con más cordura como vivir nuestra vida.

Todos tenemos algún miedo equivocado. Sobretodo a lo desconocido.

Sin embargo, el problema de la humanidad reside en que huimos de lo más cercano y primordial en nuestras vidas que es de nosotros mismos. Tanta información desinforma, enloquece, confunde. Nos aleja de nuestro yo más puro.

Nuestro sistema de elección está completamente atrofiado; ya no sabemos si compramos algo porque es sano, o porque es barato, tiene Omega 3, lactobacilos GG, menos colesterol y más antioxidantes.

Te recomiendan hacer la dieta de la luna y del limón, la del coco o la de Jennifer Aniston. Pero también te recomiendan hacerte una lipoaspiración, inyectarte botox y cocerte el estómago. Que con Coca Cola vas a ser feliz y que si te comés el nuevo combo de Mc Donald’s vas a conseguir con éxito lo que Jennifer jamás te dio. Con tanta contradicción, en vez de perder kilos, vamos perdiendo neuronas y ganando carrera hacia una lobotomía colectiva.


Por eso me gusta el silencio, porque me acerca a mi mundo, y conociendo mi mundo quizás, pierdo un poco el miedo a volver a estar de acuerdo conmigo misma.

En esta vida hace falta hacer ayunos de información y tomar más desayunos que incluyan café con leche, nata y silencio.

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lunes, octubre 06, 2008

Vocación?


Complicada.

Nunca terminé una carrera. 

Porque nunca supe qué quise hacer de mi vida y porque no sé terminar lo que empiezo. Por lo que sea, nunca duré más de 2 años en una Facultad.

De chica quería ser veterinaria, hasta que vi a mi tío Cotelo cociéndole el ojo a Günter. Günter fue el primer perro tuerto de la familia.

Admiro las personas que siempre supieron lo que quisieron ser, o estudiar. Si por mandato o por elección, no importa. Arquitectura, apicultura, astronomía, medicina, maestra jardinera, turismo… Ellos sabían lo qué querían, y yo no.

En secundaria mis mejores promedios los tenía en Historia, Filosofía, Arte y Literatura, y aún me pregunto porqué en 5to año elegí Ciencias Exactas.

Mi vocación estaba tan bifurcada como yo. El primer test vocacional me dio 50% abogada y 50% ingeniera mecánica.

Cuando terminé el colegio salí decidida a inscribirme en Biología en la UBA y me anoté en Diseño Gráfico. Duré un cuatrimestre del CBC, sólo metí Filosofía y Artes Plásticas. En materia de Diseño : cero.

Salí más perdida de lo que entré. Intenté probar con Sociología. Esta vez la sede era Puan, facultad de Filosofía y Letras. Apenas entré, me sentí completamente afuera. En vez de una facultad parecía una urna. Antes de pedirte tu nombre, te pedían un voto.

El primer día me hice una amiga. Ella venía de Diseño Gráfico de la UBA, como yo ; quería estudiar Sociología como yo, y se llamaba Cecilia. Compartíamos el mismo nombre y la misma frustración.

Y con Ceci nos anotamos en Diseño Editorial. Nunca empezamos Sociología y nunca diseñamos un libro porque la carrera se terminó antes de que nosotras la dejáramos. Falta de demanda, nos dijeron.

Lo que no nos íbamos a imaginar jamás, era, que dos años más tarde, exactamente, la vida nos iba a juntar en la misma mesa, de la misma clase y en el mismo horario de la carrera Diseño Gráfico de la Fundación.

Esos años los disfruté mucho. Pero ni reencontrarla a ella, ni los buenos amigos que aún conservo pudieron retenerme.

Como quien no puede dejar de comerse las uñas o curar un tic, yo no podía abandonar la costumbre de abandonar. Cada uno sabe la piedra que lleva en el zapato. Y aunque aprendí a sobrevivir sin un título, pertenecer al conjunto de los que « no se dedican a nada », me dolía en el ego y en los pies.

Me duele esa pregunta. Como me duele París y Buenos Aires.

« Y vos, a qué te dedicás ? » y en plena reunión todos se callan, y ponen cara de no te escucho.

-A vivir imbécil !

Odio esa pregunta, porque no tengo respuesta.


Pasó el tiempo y como tomando envión me metí en Historia del Arte. No sólo me sacaba buenas notas, sino también me sacaban mucha plata en la Facultad de Palermo. Y así como metí victoriosa varias materias, Cavallo nos metió el perro con el uno a uno y en el 2002 la economía Argentina se fue a pique y yo con ella. Tres meses después estaba en con mi ex Barcelona haciendo velas, vendiendo collares en la Ciudatella y trabajando de camarera en El Trillo.

Volví a Buenos Aires pero no volví nunca más a una Facultad. Acumulé tantas carreras inconclusas como diversos cursos. Shiatsu, Fotografía, danza. Tomé clases de Yoga, Tai Chi, teatro, dibujo, pintura, animación. Más de una vez intenté formar una banda de música. Y más de una vez, lo abandoné.

«Las experiencias siempre suman Ceci »

Esa frase fue mi dosis de consuelo por mucho tiempo. Un consuelo que tenía mucho de verdad pero yo no lo sabía.


El pasado no lo puedo cambiar, lo sé. Pero en los aeropuertos puedo cambiar mi profesión en la tarjeta de migraciones.

-Sos cantante? como Celine Dion? (el policía me chequea de reojo detrás de la ventanilla y se sonríe) Orgulloso me sella el pasaporte. Así como ellos esperaban un día estampar el pasaporte de Angelina Jolie o Sarkozy, yo esperaba un día encontrar mi vocación.

La ecuación es muy simple. Todos los caminos te llevan definitivamente a tu propio destino.

El 24 de noviembre de 2007 me casé de Artista. Así lo dice mi libreta de casamiento. En el registro civil de la calle Henri Martin firmé un contrato de matrimonio y en secreto otro con migo misma.

Yo no nací con una vocación definida ni tampoco con paciencia para forjarla. Reconocer mis defectos me dio lugar para reconocer mis virtudes.

Entendí que había dejado pasar unas cuantas oportunidades en mi vida. Pero entendí también que la carrera de artista no se abandona, se vive.


Hace poco tuve noticias de Ceci. Ella siempre fue brillante en Diseño.
Me contó que terminó la carrera y que se dedica a bailar flamenco.

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domingo, septiembre 28, 2008

Mi primer par de anteojos


La mañana que dejé Buenos Aires me robaron por segunda vez mi computadora. Estaba sentada tomando un café con mis padres en Ezeiza. En realidad me estaba despidiendo.

Esa misma mañana, me había comprado mi primer par de anteojos.

Siempre me gustaron los anteojos, pero nunca los necesité. Nunca supe como tomarlo, si como un bien o una desgracia.

Tenía todo planeado : en el avión, me iba a devorar la novela de Mer, que la tenía en formato word en mi computadora. Proteger mis ojos de la pantalla con un vidrio antirreflex le daba fuerza a la hipótesis de necesitar un par de anteojos.
Los había visto hacia un par de días, y en secreto, me habían enamorado.

Me pasa que cuando veo algo que me gusta, lamentablemente no reacciono, y a veces necesito el consentimiento de alguien más para comprarlo. El problema es que yo no me animo a mi misma.

Un día antes de irme pasé por el negocio con Caro. Y ahí estaban, compartiendo vidriera con otros que me hacían dudar. Los otros me hacían dudar porque eran los más « normales » ; Definamos « normales » : clásicos ; a la moda ; correctos ; salen en Cosmopolitan, ELLE y en la Revista de Susana.

Y yo no quería los correctos, y Caro lo sabía.

-Son geniales ! Te quedan perfectos, « no lo dudes nena ».

-Pero no te parecen demasiado ?

Para Caro nada es demasiado. Ni sus tetas 95, mandadas a hacer un par de años atrás con el cirujano de la familia. Uno sabe a quien pedirle un consejo en un momento determinado. Y por eso la quiero, por su autenticidad y porque ella se anima a ella.

Pero me faltaba una opinión más. Porque tengo la mala costumbre de ponerme excusas en el momento de ser yo y porque Mer usa anteojos y es una especialista en elegir sus diseños. La vez que vino a París para mi casamiento, me contagió su pasión por las ópticas. No estaban en mi lista de vidrieras favoritas. Pero sin querer ella despertó en mi, este oculto deseo de usar anteojos.


-Cómo le vas a dudar a eso ? Me dijo con una seguridad implacable. –Son tuyos.

Mer es una de esas personas de las cuales el entusiasmo le sale por los poros. Sus palabras tienen la magia de transformar tu día en algo maravilloso. Y aunque en esos días su vida se había dado vuelta como el Poseidon, aun tenía el poder y el encanto de mantenerse dignamente a flote y darme el único salvavidas a mí.

Porque ella es ella, y me alienta a ser yo, por eso la quiero tanto. Porque cuando terminé de leer su novela lloré como una marrana y se lo dije. Sus palabras tienen la magia de transformar tu ADN. O por lo menos a mi me pasa.

Era muy temprano y el local estaba cerrado. Mer me tiró la frase, terminó su cigarrillo, nos despedimos en un abrazo y se fue. Yo, me abracé a sus palabras, y las estiré hasta que llegó mi hermana. Mi hermana también venía a despedirme.

-Ves Lu ? Esos anteojos soy yo. En lo profundo, me describen. Pero me cuesta unir mi profundidad y mi superficie. Mi profundidad está tan profunda que me da fiaca y prefiero dejarla donde está.

Antes de comprarlos ya sabía que eran míos. Mientras volvíamos caminando a mi casa, las dos nos sorprendimos hablando de un tema que ambas compartíamos. Porqué nos costaba tanto ser nosotras mismas? En qué momento perdimos la punta del ovillo de nuestras identidades? Y las dos coincidimos que en muchas ocasiones habíamos pedido permiso para vestirnos.


En ese momento, como llevadas por un guión de cine, paramos frente a un negocio de ropa. Eran cerca de las 10 de la mañana, y en Palermo Soho todo el mundo dormía. Los colores y los diseños estaban dispuestos como en una pasarela sólo para nosotras, y en la alfombra roja estaban escritos nuestros nombres.

Salimos del negocio con el aura brillante y con dos bolsas llenas de nuestra identidad. Yo volaba con dos polleras hindúes de sedas increíbles ; ella, guardaba celosa un atuendo que era exclusivamente para ella, para hilar nuevamente su vida que hacía unos días también se había dado vuelta como el Poseidón, y un poco a flote y otro poco a la deriva, comenzaba a remarla.


Esa misma mañana, en el aeropuerto de Ezeiza, me robaron la mochila con el disco duro de mi identidad adentro.

En el avión lloré hasta llegar a París. No sé si por ver a mi madre llorar y a mi padre haciendo puchero, no sé si por tantas despedidas, no sé si porque hacía un año cerca de la misma fecha me habían robado la primera, o porque estaba embarazada.
No sé si por dejar otra vez la ciudad que tanto amaba. Buenos Aires me duele.

-« Perder tu computadora, es como cambiar la piel Chechu » , me dijo Mer por celular. Cambiar de piel cada año, me estaba saliendo caro. Pero quizás tenía razón. La vida me estaba enseñando, a su manera.

Haciendo el back up de mi memoria, me di cuenta de que lo esencial venía conmigo. Mi memoria, eso mismo, y mi talento. Yo.

Mis manos, mis ideas, mi porvenir. Todo eso estaba intacto !

Con mi par de anteojos en la mano, modelo '50s Victoria Ocampo en fuxia y negro, me abroché el cinturón. La pista de aterrizaje estaba lista para el avión y para mí. Doce horas de vuelo en vigilia, no son en vano.

Creo que estuve un par de horas en París, el tiempo justo para cambiar de valijas y volar a Marruecos a encontrarme con Chris. Después del invierno porteño, me abría las puertas el verano.

Llegué a Tanger a las 3 de la mañana, con los ojos hinchados y los pies más aún.

-Qué linda pollera ! me dijo Chris apenas me vio.

-mañana vamos a la playa ?- Le dije con la sonrisa cansada, como si esas palabras resumieran todo lo que había aprendido la mañana en que dejé Buenos Aires.

Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...