martes, octubre 14, 2008

Yo soy tempranera



O eso creía hasta que conocí a Chris. De todos modos, según Caro y Diego, yo soy tempranera. Cada vez que voy a Buenos Aires me lo recuerdan al son de un jingle y con bailecito.

Soy de las que se duerme en las reuniones y la que empieza a bostezar cuando todos quieren ir a bailar. Y me encanta bailar, pero estoy fuera de horario. Bailé más veces frente al espejo que en una discoteque.

Yo no sé si Dios me ayuda por madrugar, para mí es una cuestión de ganarle silencio al mundo. Mis recuerdos de la infancia, tienen silencio.
Siempre me levanté al alba para jugar en el jardín, donde mi universo lúdico pocas veces se interrumpía.

Me acuerdo en el campo, aparecía en la cocina justo cuando el peón traía la leche recién ordeñada y una señora la revolvía en una cacerola hasta hacerla hervir. De ahí salía mi café con leche con pura nata. Nunca me gustó la nata, pero yo no decía nada, la pescaba con mi cucharita y la ponía al costado. Así era el campo, intenso. La miel era una roca blanca brillando sobre la mesa; la manteca una escultura de cera y el pan casero tenía tantos agujeros que no sabía donde untar ninguno de los dos. Estaba segura que esas cosas no se conseguían en el supermercado.

Mi mejor hora para crear son las mañanas. Y mi comida preferida es el desayuno. El desayuno, me seduce en todos los idiomas. «Petit déjeuner» , «Breakfast» «Prima colazione»; etc. Y con todas sus variantes: completo, continental, americano; cualquier adjetivo le calza de maravillas.

El desayuno tiene esa magia de lo que está por comenzar. Y la intriga me apasiona.

Y aunque la manteca va a ser siempre la misma sobre mis tostadas, me gusta creer que cada vez va a ser especial. Quizás por el cuchillo que elijo, que es el de la manteca, el de «untar», lisito y brillante, sacando pancita, solo para mí.

Osar untar una tostada con un cuchillo tramontina es una tentativa doble de homicidio. Primero porque pasar un serrucho por la manteca es un crimen e intentar esparcirla en la tostada es rematar cínicamente el siniestro.

El cuchillo serrucho a la manteca, es lo que la margarina a mi paladar. No nos engañemos.

Otra cosa que me pone nerviosa, es que en los hoteles te pongan horario para el desayuno. Eso de 07.00 a 10.00 me perece tan injusto. Algunos con suerte se estiran 10.30. Como si acomodarse a los cambios horarios fuese tan fácil. Tendría que haber hoteles que se acomodaran a los diferentes «jet lags» de la gente. «Hotel tal, 70 pesos la noche con Jet lag incluído».

La única vez que me pedí un desayuno en mi habitación, fue en un hotel en Shangai.
Me dije «voy a preparar mi lista antes de irme a dormir». Minusiosamente, marqué los casilleros dispuestos en columnas como en un examen de multiple choice:

-Medias lunas ; si.
-tostadas con manteca y mermelada ; si.
-jugo de frutas ; si.
-café con leche ; si.

8.00 de la mañana me despiertan con un desayuno «Oriental»: Berenjenas asadas, vegetales hervidos, huevo duro, humus, aceitunas, dátiles, queso, pan árabe y café con leche.
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En qué parte fallé?
Me tomé el café y salí sin protestar.

Por ésta y por muchas otras razones nunca compro cosas por Internet y casi nunca llamo al delivery. Me gusta ir yo, cuerpo presente, a comprar un cd; esperar mi docena de empanadas; supervisar que el heladero no haga trampa con el dulce de leche y sentarme en la mesa a tomar mi desayuno.

De esta forma evito quejarme. No es sano quejarse cuando la leche ya está en el canal del Beagle. Nuestros gestos y expresiones se van imprimiendo en el cuerpo y por sobre todo en la cara. Algunas arrugas vienen con la edad o por falta de colágeno. Otras vienen por simultáneas repeticiones. Es como el ejercicio para endurecer la cola, cuanto más contraés los músculos, más se marcan.

Lo mismo con la cólera, la angustia, la alegría, el desamor.

Yo quiero envejecer con unas arrugas casi profesionales y que me envidien las más jóvenes: ella tuvo una vida feliz, apasionada y espléndidamente arrugada. Tendría que ser así. Y hecha la ley natural hecha la trampa comercial: «Revolucionario método de aplicación inmediata de arrugas» «Le devolvemos en tres sesiones la felicidad que usted no tuvo».

No estaría mal invertir algunas reglas de este mundo.

El otro día leí que las clavijas del teclado de la computadora están dispuestas sistemáticamente para que escribamos más despacio. Qué despropósito.

Era lógico para una antigua máquina de escribir, que según el idioma, se empastaban todas las letras al mismo tiempo en pleno juicio oral.

Hoy en día, aunque la informática haya reemplazado las Olivetti, seguimos como corderitos el viejo sistema dactilográfico. Y todo por una cuestión de convencionalismos marketineros.

Por eso tampoco creo en la publicidad. Creo que es la enfermedad del siglo. Y no por eso puedo evitarla. Porque en mi baño tengo un jabón de leche de algodón, una crema desestresante y una cera depilatoria sin dolor. A los humanos nos gustan literalmente las mentiras.

Preferimos una eterna mentira antes de que nos recuerden que algún día vamos a morir. Si fuésemos más concientes de esta idea, tal vez, viviríamos más al día, solucionaríamos nuestros problemas responsablemente y elegiríamos con más cordura como vivir nuestra vida.

Todos tenemos algún miedo equivocado. Sobretodo a lo desconocido.

Sin embargo, el problema de la humanidad reside en que huimos de lo más cercano y primordial en nuestras vidas que es de nosotros mismos. Tanta información desinforma, enloquece, confunde. Nos aleja de nuestro yo más puro.

Nuestro sistema de elección está completamente atrofiado; ya no sabemos si compramos algo porque es sano, o porque es barato, tiene Omega 3, lactobacilos GG, menos colesterol y más antioxidantes.

Te recomiendan hacer la dieta de la luna y del limón, la del coco o la de Jennifer Aniston. Pero también te recomiendan hacerte una lipoaspiración, inyectarte botox y cocerte el estómago. Que con Coca Cola vas a ser feliz y que si te comés el nuevo combo de Mc Donald’s vas a conseguir con éxito lo que Jennifer jamás te dio. Con tanta contradicción, en vez de perder kilos, vamos perdiendo neuronas y ganando carrera hacia una lobotomía colectiva.


Por eso me gusta el silencio, porque me acerca a mi mundo, y conociendo mi mundo quizás, pierdo un poco el miedo a volver a estar de acuerdo conmigo misma.

En esta vida hace falta hacer ayunos de información y tomar más desayunos que incluyan café con leche, nata y silencio.

©®

lunes, octubre 06, 2008

Vocación?


Complicada.

Nunca terminé una carrera. 

Porque nunca supe qué quise hacer de mi vida y porque no sé terminar lo que empiezo. Por lo que sea, nunca duré más de 2 años en una Facultad.

De chica quería ser veterinaria, hasta que vi a mi tío Cotelo cociéndole el ojo a Günter. Günter fue el primer perro tuerto de la familia.

Admiro las personas que siempre supieron lo que quisieron ser, o estudiar. Si por mandato o por elección, no importa. Arquitectura, apicultura, astronomía, medicina, maestra jardinera, turismo… Ellos sabían lo qué querían, y yo no.

En secundaria mis mejores promedios los tenía en Historia, Filosofía, Arte y Literatura, y aún me pregunto porqué en 5to año elegí Ciencias Exactas.

Mi vocación estaba tan bifurcada como yo. El primer test vocacional me dio 50% abogada y 50% ingeniera mecánica.

Cuando terminé el colegio salí decidida a inscribirme en Biología en la UBA y me anoté en Diseño Gráfico. Duré un cuatrimestre del CBC, sólo metí Filosofía y Artes Plásticas. En materia de Diseño : cero.

Salí más perdida de lo que entré. Intenté probar con Sociología. Esta vez la sede era Puan, facultad de Filosofía y Letras. Apenas entré, me sentí completamente afuera. En vez de una facultad parecía una urna. Antes de pedirte tu nombre, te pedían un voto.

El primer día me hice una amiga. Ella venía de Diseño Gráfico de la UBA, como yo ; quería estudiar Sociología como yo, y se llamaba Cecilia. Compartíamos el mismo nombre y la misma frustración.

Y con Ceci nos anotamos en Diseño Editorial. Nunca empezamos Sociología y nunca diseñamos un libro porque la carrera se terminó antes de que nosotras la dejáramos. Falta de demanda, nos dijeron.

Lo que no nos íbamos a imaginar jamás, era, que dos años más tarde, exactamente, la vida nos iba a juntar en la misma mesa, de la misma clase y en el mismo horario de la carrera Diseño Gráfico de la Fundación.

Esos años los disfruté mucho. Pero ni reencontrarla a ella, ni los buenos amigos que aún conservo pudieron retenerme.

Como quien no puede dejar de comerse las uñas o curar un tic, yo no podía abandonar la costumbre de abandonar. Cada uno sabe la piedra que lleva en el zapato. Y aunque aprendí a sobrevivir sin un título, pertenecer al conjunto de los que « no se dedican a nada », me dolía en el ego y en los pies.

Me duele esa pregunta. Como me duele París y Buenos Aires.

« Y vos, a qué te dedicás ? » y en plena reunión todos se callan, y ponen cara de no te escucho.

-A vivir imbécil !

Odio esa pregunta, porque no tengo respuesta.


Pasó el tiempo y como tomando envión me metí en Historia del Arte. No sólo me sacaba buenas notas, sino también me sacaban mucha plata en la Facultad de Palermo. Y así como metí victoriosa varias materias, Cavallo nos metió el perro con el uno a uno y en el 2002 la economía Argentina se fue a pique y yo con ella. Tres meses después estaba en con mi ex Barcelona haciendo velas, vendiendo collares en la Ciudatella y trabajando de camarera en El Trillo.

Volví a Buenos Aires pero no volví nunca más a una Facultad. Acumulé tantas carreras inconclusas como diversos cursos. Shiatsu, Fotografía, danza. Tomé clases de Yoga, Tai Chi, teatro, dibujo, pintura, animación. Más de una vez intenté formar una banda de música. Y más de una vez, lo abandoné.

«Las experiencias siempre suman Ceci »

Esa frase fue mi dosis de consuelo por mucho tiempo. Un consuelo que tenía mucho de verdad pero yo no lo sabía.


El pasado no lo puedo cambiar, lo sé. Pero en los aeropuertos puedo cambiar mi profesión en la tarjeta de migraciones.

-Sos cantante? como Celine Dion? (el policía me chequea de reojo detrás de la ventanilla y se sonríe) Orgulloso me sella el pasaporte. Así como ellos esperaban un día estampar el pasaporte de Angelina Jolie o Sarkozy, yo esperaba un día encontrar mi vocación.

La ecuación es muy simple. Todos los caminos te llevan definitivamente a tu propio destino.

El 24 de noviembre de 2007 me casé de Artista. Así lo dice mi libreta de casamiento. En el registro civil de la calle Henri Martin firmé un contrato de matrimonio y en secreto otro con migo misma.

Yo no nací con una vocación definida ni tampoco con paciencia para forjarla. Reconocer mis defectos me dio lugar para reconocer mis virtudes.

Entendí que había dejado pasar unas cuantas oportunidades en mi vida. Pero entendí también que la carrera de artista no se abandona, se vive.


Hace poco tuve noticias de Ceci. Ella siempre fue brillante en Diseño.
Me contó que terminó la carrera y que se dedica a bailar flamenco.

©®

Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...