miércoles, noviembre 26, 2008

El día que conocí a mi marido


Buenos Aires me duele porque desde que lo conocí a Chris vivo partiendo. Y cada vez que lo hago me doy cuenta cuánto lo quiero. A Buenos Aires y a él. Y París me duele porque es una de las ciudades más lindas en las cuales viví y su belleza hace que la extrañes cuando no estás con ella.

El día que conocí a mi marido estaba en Buenos Aires, soltera y pensando en dedicarme a hacer lo que a mi me gusta. El dilema es que siempre dudo en hacer lo que me gusta, pero no importa; estaba dudando entonces en hacer lo que a mi me gusta. Mis caricaturas, mis dibujos, mis pinturas. Eso.

Eran las vacaciones de enero de 2007, o mejor dicho mis vacaciones. En el cine no hay vacaciones, hay descansos. Era mi descanso después de haber trabajado sin descanso y sin horarios.

El ritmo del cine es intenso y divertido, pero el cronómetro de mi creatividad seguía en cero y mi alma era una bomba de tiempo. Si yo no tomaba el arte por las astas, las astas me iban a lastimar profundamente, y ya lo estaban haciendo.

Estoy más acostumbrada a pensar en lo que me « gustaría » hacer, que en hacerlo concretamente. Es la historia de mi vida.
Un mecanismo que sirve de excusa a los que en realidad tenemos miedo a la acción. Porque en la acción hay desafío, y en el desafío hay riesgo.

Y siempre me costó correr riesgos. En realidad son ellos quienes constantemente me corren a mí y yo siempre me les escapo.


Estaba tirada en una reposera tomando sol cuando suena mi celular :

- Mañana lunes estás disponible?   Es "por un reemplazo, sólo por un día" Por favorrr !

No; no era un favor. No nos engañemos. Y no era una editorial que quería publicar mis cómics ni un trabajo en el exterior que prometía millones. Era laburo y la oferta menos tentadora para mi ego y mis vacaciones.

Pero dije que sí, porque al trabajo no se le dice que no y porque justamente no tenía otro. Y si quería ser artista tenía que conseguir el mínimo medio para lograrlo.

Por eso digo que a mi marido lo conocí por amor al arte.

El lunes 8 AM estaba en la puerta del hotel esperando al director Francés, y sin saberlo a mi marido. Tenía su nombre mal escrito en un papel y su número de celular en el mío.

Ese lunes me iba a cambiar la vida y para siempre.


Hacía unas semanas atrás, con las chicas, habíamos salido segundas en el campeonato de fútbol femenino de Regatas de Bella Vista. No sabía que me iba a lucir como arquera, ni tampoco sabía que me iba a romper el menisco de la rodilla izquierda.
Nos llevamos una medalla, que aún conservo, y yo me llevé un sobrenombre : « René » ; porque René Huiguita fue un gran arquero colombiano, y por mis rulos, claro.

Después de la tomografía, el panorama no parecía muy alentador :

-Hay que operar y tenés 6 meses entre rehabilitación y reposo.

Cuando Chris me preguntó un día en qué estaba pensando la primera vez que lo vi, sinceramente le conté que estaba programando mi día siguiente con el traumatólogo.

Esa mañana estaba renga y enojada conmigo. Decir que sí a un solo día de trabajo y a un reemplazo, me mataba en el orgullo. Mi trabajo consistía estar disponible para el otro, y en otro idioma. Hacía tiempo que estaba cansada de no estar disponible para mí. Siempre engañándome con la excusa de que el fin justifica los medios, pero el fin estaba cada vez más lejos y los medios me tenían agotada.

Y cuando Chris me preguntó a qué me dedicaba, fue una de las pocas veces que no me enojé con la pregunta. Porque esa mañana no tenía nada que perder y porque me había levantado con ganas de ser lo que tenía ganas de ser.

-Me dedico a hacer cómics, dibujo, pinto. Me gusta el arte en general.

Tiré esas palabras como quien pone la firma al final del testamento. Y esos verbos me llenaron el alma y lo llenaron a Chris de intriga. Me sentí enorme. Y me sonreí. No estaba interesada en jugar con él, estaba interesada en divertirme conmigo.

En breves segundos me desdibujé y fileteé la Ceci que quería ser. Fui presa de mi sentencia y tuve la sensación de liberarme de un gran peso. El peso de no haberme dado antes un permiso tan simple como jugar.
Tuve ganas de salir volando por la ventanilla y ponerme a crear. Y si no fue en ese instante fueron los 20 días siguientes hasta el día de hoy.


Soy de las que se enamora del color de unos zapatos, de la góndola de un supermercado o de la vidriera nueva de una librería artística. Y también de las personas, claro. Las personas me enamoran porque tienen algo que yo no. Porque son más lindas, más valientes, más graciosas o simplemente ellas mismas. Me enamora la autenticidad.

Esa mañana, fue la primera vez que me enamoré de mí misma. De mis defectos, de mis batallas perdidas, de mis sueños rotos y mis ilusiones equivocadas. Me enamoré de mi frustrada vocación, de mis miedos y mis heridas. De mis rulos, mi segundo dedo del pie, mis dientes y mi ombligo.

De estar en donde estaba, de mis 30 años vividos como los había vivido.

Y el tiempo pareció detenerse, o moverse, como un viaje hacia ningún lugar o hacia mí misma. Mi consciencia se agrandó tanto que tuve que ponerme anteojos negros. En mi mente había mucha luz y en mi cara una sonrisa.

Esa mañana me perdoné todo y me convidé mucho cariño.
Y mágicamente me sentí yo.
Yo, y toda mi vida por delante. Un desafío que encontraba fascinante de enfrentar.

Ese lunes no sólo quedé fija para toda la película como la asistente personal del director, sinó que un mes más tarde estaba en China rodando la continuación y pasados cuatro meses viviendo en el 6to piso de su departamento de Champs Elysées con él y sus tres hijos.
Mi menisco se acomodó a esas situaciones y yo con él.

Y con Chris nos enamoramos porque él es él, y yo soy yo. Por eso. Y nos casamos porque lo supimos la primera vez que fuimos juntos a un supermercado y la noche en que nos dimos la mano.

Aunque no lo dijimos, aunque el miedo nos mordió la lengua hasta que en un restaurante de París, con la Torre Eiffel de testigo, él dijo lo que dijo, me ofreció un anillo y yo dije « sí, quiero ».

Era la noche de mi cumpleaños y hacía 31 años que seguía convencida que yo nunca me iba a casar ni tener hijos.
Hoy tengo una libreta de matrimonio diciendo que soy Madame Nahon, y estoy esperando mi primer hijo, pero en la mesa ya vamos a ser seis. La vida me estaba sorprendiendo y yo no oponía resistencia.

En menos de dos años, crecí lo que en veinte.
Me adapté a una cultura, a un marido y a su pasado también.

Aprendí francés en tres meses y aprendí que dejar el país de origen implica un poco dejar tu identidad.
Como les dije a mis amigas en un mail, no es fácil dejar a tu gente. Tu gente es la que te devuelve la identidad cada vez que te nombra.

Aunque la última vez que estuve allá, entendí que cada uno tiene su vida y sus problemas. Yo sufría mi exilio francés y ellos sufrían algún cotidiano criollo. A todos nos toca aprender algo, no importa en qué parte del mundo nos encontremos; es el destino que nos encuentra a nosotros.

Encontrarme lejos de mis raíces de alguna manera es reencontrarme conmigo y todo mi árbol genealógico. Se pierde un poco el humor argentino, la risa y la ortografía, pero se agudizan los recuerdos.
Los exiliados aprendemos a ser bibliotecarios aficionados de nuestras memorias.


Por eso escribo, porque acerca mis alegrías y me alegra hacerlo. Escribo porque ya no puedo decir «en cinco te toco el timbre y nos tomamos unos mates », ni « che, contame para el asado » o « tres de carne cortada a cuchillo y una de jamón y queso ».
Basta extrañar lo que no se tiene para valorarlo más aún. Es trillado, pero es cierto.

Todo es parte del plan, aquí o allá. En francés o en castellano. En Buenos Aires, París o Marsella.
Somos como un instrumento que se afina con las experiencias, no importa cuáles, todas tiran un poco las cuerdas. Todas, tarde o temprano te acercan a tu propia partitura. De eso se trata, encontrar las notas con las que queremos interpretar nuestra vida.

Después de todo es el único riesgo que vinimos a correr. Cantar nuestra propia canción, como sea, donde sea, cuando sea.

Ese lunes en que me cambió la vida, no lo cambio por nada. Ese día conocí a mi marido y profundamente un poco a mí misma.

©®

martes, noviembre 11, 2008

Amores perros



Los que me conocen saben lo que me gustan los animales. Y sobretodo los perros.

En 6to grado invité a mis amigas a ver un documental sobre animales. Yo no paraba de reírme, y ellas no paraban de reírse de mi.

Soy de ésas que en la calle se me va la mano para tocar cualquier perro a pesar de la mirada fulminante del dueño. Soy de las que les habla en diminutivo con típica voz de idiota. Sí, admito que los perros me idiotizan. Soy de las que los muerden, pero no soy de las que le da besos en la boca, eso jamás.

De chica me animaba a todos los perros de mis amigas. Como el día que Caro me invitó a su casa a un campamento. No me olvido más la cara de pánico que puso cuando me vio revolcándome con Balú, su perro negro azabache que todo el mundo temía. Fue la única y última vez que jugamos juntos.

Con los años vamos perdiendo la inconsciencia, y la inocencia también. Qué pena.

En París los perros son tan civilizados como la misma ciudad. En algunos restaurantes no te dejan entrar si el hombre no lleva zapatos cerrados. Pero gustosamente le abren las puertas al poodle de Madame Bovary, los aceptan en hoteles 5 estrellas y en el supermercado.

En la capital de la dama de hierro no hay perros vagabundos. Esta el perro «del» vagabundo que no es lo mismo. Estos hombres «sin domicilio fijo» como los llaman en Francia, han decidido no trabajar. Reciben una subvención del gobierno y eligen una esquina donde mendigar. Generalmente tienen un perro, o dos, bastante mejor alimentados que ellos. Aún recuerdo el hombre de Champs Elysées y rue de La Boetie. Un francés rubio de ojos claros, que se sentaba pachorro todas las mañanas abajo del farol, abría su diario Le Monde y según una nota sin faltas de ortografía, decía que mendigaba para darle de comer a sus dos perros. Padre e hijo, dos bolas inamovibles de pelos, que tenían la suerte de haber nacido con un ojo marrón y otro celeste, y se ganaban un euro más que el caniche de enfrente.

Por el contrario, en China, los canes no corren con la misma suerte. Corren para no salir en el menú del mediodía. Los pocos que hay tienen dueño y mucho miedo, porque no saben cuándo, a su querido amo se le va a dar un antojo.

Y en Dubai, directamente no vi ninguno. Más tarde me enteré que para los musulmanes los perros son sucios, malos presagios y tienen mala energía. Sin embargo, abundan los gatos raquíticos y apestosos, y se atreven a llamarlos sagrados. Qué paradoja.


En la casa de mi infancia, a pesar de la oposición de mi madre, desfilaron todo tipo de perros. Yo nací con Pinta, que me acuerdo de ella sólo por fotos y de la poca originalidad del nombre; era una Pointer. Después pasó Pancha, una boxer impecable que terminó en el camión de gas de la municipalidad de San Miguel, con todas las chapitas de identificación en su collar. No lo supero.

Más tarde vino Günter, el del ojo tuerto. El nombre lo eligió mi madre dado a su curso de alemán y el ojo lo eligió el perro del vecino. Günter era un policía gigante de peso pesado. Intocable, no por lo malo sino por la grasa de su pelo y su olor.

-«Ladra ?» me preguntó Jessie atónita cuando lo escuchó por primera vez.

Al mismo tiempo llegó Baco. Mi hermana Agustina, en una acción de caridad o de locura, trajo una perra de la calle con nombre de perro y con seis cachorros. Nos quedamos con Baco y una cachorra. Baco era tan fea como sus hijos.

-Ángela, como se dice «fea» en guaraní ?
-«Bah»
-y feíta?
-«Bahiya»

Nunca supe cómo se escribía Bahiya, solo sé que ella se quedó con Ángela y Baco eternamente con nosotros. Baco era el perro que nadie quería tener y duró más de lo que esperábamos, pero la noche que nos dijeron que había que ponerla a dormir todos lloramos.

Bayú fue el siguiente can importado de Uruguay. Oriundo de Cabo Polonio, fugitivo y sin pasaporte se tomó el Buquebús con Agustina y desembarcó en Bella Vista. Hoy vive con ella en Capilla del Monte y es un perro argentino y feliz.


Y finalmente llegó el esperado día en que me regalaron un perro. Ese día quise saltar por la ventana del primer piso de mi departamento de Almagro.

Recién separada, de una relación de 5 años, acomodando mi nueva vida y trabajando 25 horas al día, mi ex, me regala un perro. Era como recibir un hijo de padres separados y enterarme que me convertía en madre soltera. El perro pesaba menos de 3 kilos y mi responsabilidad 100 toneladas. Era el Bulldog Francés más lindo que había visto, pero en ese momento en vez de verlo como el perro que siempre había querido, lo veía como 15 cm de problemas.

Convivimos sólo una noche de insomnio y diarrea. Yo no sabía si me angustiaba más devolverlo o dejarlo solo cada vez que iba a trabajar.

Lo devolví con culpa y sin nombre. Fue una de las situaciones más bizarras de mi vida.
No siempre las mejores cosas llegan en el mejor momento.

Por esas idas y vueltas de la vida, volvimos a ser una familia, los tres. Y también nos volvimos a separar, para siempre. Y Hugo se quedó con el papá. Así parecía dictarlo el destino. O yo.

Experimenté lo que es pasear un perro en Buenos Aires y que todos se rieran. Hasta el momento no de mí, del perro.
-«mirá mamá, se parece al bicho de Lilo y Stich ! »

Si Hugo se parecía a Stich, Baco era la ardilla de la Era del hielo. Y ambas comparaciones eran ciertas, y era cierto que Hugo y Baco me hacían reir. Amo los animales que me hacen reir.

Confieso que más de una vez miré videos divertidos de animales en You Tube. Y no puedo explicarles lo que me divierto.

Hugo pasó a ser mi hijo pródigo y Baco mi inspiración.

Hugo me duele, como Buenos Aires y como París. Y como algunas preguntas que ya sabemos. Y por eso tal vez, juré nunca más tener un perro. El amor tiene estas contradicciones que a veces lo vuelven incómodo. Pero me acomodé a esta situación, como a muchas otras.

Como a vivir sin perro y coleccionarlos en miniaturas, o como charlar con Diego, el perro de al lado, cuando los vecinos se van.


-Ustedes son raras, eh?


Esa es mi madre refiriéndose a nosotras, sus tres hijas, que preferimos ver Discovery Channel o Animal Planet antes que escuchar como se cae el mundo financiero en el noticiero de las ocho.

Es como que te pregunten, a quién preferís? Pancho Ibañez o Mariano Grondona ?

Somos raras o somos más felices, depende como lo veas, mamá. No nos gusta la política, no sabemos de economía y raramente leemos el diario.

Digo raramente porque yo leo los espectáculos, los policiales y confieso, los avisos fúnebres. Si, soy rara mamá.


Por eso les dedico estas palabras a todos los que tienen y tuvieron amores perros. Con animales o con humanos, da igual. Al fin y al cabo somos todos de la misma raza.





A todos los perros de mis amigos que me movieron el rabo :

Rita, Balú, Nanuk, Blackie, Cristóbal, Aldo, Fidel, Esparta, Yemos, Benítez, Pimpollo y otros…


©®

Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...