domingo, septiembre 28, 2008

Mi primer par de anteojos


La mañana que dejé Buenos Aires me robaron por segunda vez mi computadora. Estaba sentada tomando un café con mis padres en Ezeiza. En realidad me estaba despidiendo.

Esa misma mañana, me había comprado mi primer par de anteojos.

Siempre me gustaron los anteojos, pero nunca los necesité. Nunca supe como tomarlo, si como un bien o una desgracia.

Tenía todo planeado : en el avión, me iba a devorar la novela de Mer, que la tenía en formato word en mi computadora. Proteger mis ojos de la pantalla con un vidrio antirreflex le daba fuerza a la hipótesis de necesitar un par de anteojos.
Los había visto hacia un par de días, y en secreto, me habían enamorado.

Me pasa que cuando veo algo que me gusta, lamentablemente no reacciono, y a veces necesito el consentimiento de alguien más para comprarlo. El problema es que yo no me animo a mi misma.

Un día antes de irme pasé por el negocio con Caro. Y ahí estaban, compartiendo vidriera con otros que me hacían dudar. Los otros me hacían dudar porque eran los más « normales » ; Definamos « normales » : clásicos ; a la moda ; correctos ; salen en Cosmopolitan, ELLE y en la Revista de Susana.

Y yo no quería los correctos, y Caro lo sabía.

-Son geniales ! Te quedan perfectos, « no lo dudes nena ».

-Pero no te parecen demasiado ?

Para Caro nada es demasiado. Ni sus tetas 95, mandadas a hacer un par de años atrás con el cirujano de la familia. Uno sabe a quien pedirle un consejo en un momento determinado. Y por eso la quiero, por su autenticidad y porque ella se anima a ella.

Pero me faltaba una opinión más. Porque tengo la mala costumbre de ponerme excusas en el momento de ser yo y porque Mer usa anteojos y es una especialista en elegir sus diseños. La vez que vino a París para mi casamiento, me contagió su pasión por las ópticas. No estaban en mi lista de vidrieras favoritas. Pero sin querer ella despertó en mi, este oculto deseo de usar anteojos.


-Cómo le vas a dudar a eso ? Me dijo con una seguridad implacable. –Son tuyos.

Mer es una de esas personas de las cuales el entusiasmo le sale por los poros. Sus palabras tienen la magia de transformar tu día en algo maravilloso. Y aunque en esos días su vida se había dado vuelta como el Poseidon, aun tenía el poder y el encanto de mantenerse dignamente a flote y darme el único salvavidas a mí.

Porque ella es ella, y me alienta a ser yo, por eso la quiero tanto. Porque cuando terminé de leer su novela lloré como una marrana y se lo dije. Sus palabras tienen la magia de transformar tu ADN. O por lo menos a mi me pasa.

Era muy temprano y el local estaba cerrado. Mer me tiró la frase, terminó su cigarrillo, nos despedimos en un abrazo y se fue. Yo, me abracé a sus palabras, y las estiré hasta que llegó mi hermana. Mi hermana también venía a despedirme.

-Ves Lu ? Esos anteojos soy yo. En lo profundo, me describen. Pero me cuesta unir mi profundidad y mi superficie. Mi profundidad está tan profunda que me da fiaca y prefiero dejarla donde está.

Antes de comprarlos ya sabía que eran míos. Mientras volvíamos caminando a mi casa, las dos nos sorprendimos hablando de un tema que ambas compartíamos. Porqué nos costaba tanto ser nosotras mismas? En qué momento perdimos la punta del ovillo de nuestras identidades? Y las dos coincidimos que en muchas ocasiones habíamos pedido permiso para vestirnos.


En ese momento, como llevadas por un guión de cine, paramos frente a un negocio de ropa. Eran cerca de las 10 de la mañana, y en Palermo Soho todo el mundo dormía. Los colores y los diseños estaban dispuestos como en una pasarela sólo para nosotras, y en la alfombra roja estaban escritos nuestros nombres.

Salimos del negocio con el aura brillante y con dos bolsas llenas de nuestra identidad. Yo volaba con dos polleras hindúes de sedas increíbles ; ella, guardaba celosa un atuendo que era exclusivamente para ella, para hilar nuevamente su vida que hacía unos días también se había dado vuelta como el Poseidón, y un poco a flote y otro poco a la deriva, comenzaba a remarla.


Esa misma mañana, en el aeropuerto de Ezeiza, me robaron la mochila con el disco duro de mi identidad adentro.

En el avión lloré hasta llegar a París. No sé si por ver a mi madre llorar y a mi padre haciendo puchero, no sé si por tantas despedidas, no sé si porque hacía un año cerca de la misma fecha me habían robado la primera, o porque estaba embarazada.
No sé si por dejar otra vez la ciudad que tanto amaba. Buenos Aires me duele.

-« Perder tu computadora, es como cambiar la piel Chechu » , me dijo Mer por celular. Cambiar de piel cada año, me estaba saliendo caro. Pero quizás tenía razón. La vida me estaba enseñando, a su manera.

Haciendo el back up de mi memoria, me di cuenta de que lo esencial venía conmigo. Mi memoria, eso mismo, y mi talento. Yo.

Mis manos, mis ideas, mi porvenir. Todo eso estaba intacto !

Con mi par de anteojos en la mano, modelo '50s Victoria Ocampo en fuxia y negro, me abroché el cinturón. La pista de aterrizaje estaba lista para el avión y para mí. Doce horas de vuelo en vigilia, no son en vano.

Creo que estuve un par de horas en París, el tiempo justo para cambiar de valijas y volar a Marruecos a encontrarme con Chris. Después del invierno porteño, me abría las puertas el verano.

Llegué a Tanger a las 3 de la mañana, con los ojos hinchados y los pies más aún.

-Qué linda pollera ! me dijo Chris apenas me vio.

-mañana vamos a la playa ?- Le dije con la sonrisa cansada, como si esas palabras resumieran todo lo que había aprendido la mañana en que dejé Buenos Aires.

Y la Tierra empezó a sacudirse. Y el temblor fue tan grande que  sacó del sueño a más de uno. Y no fue amable, más bien certera ...